El continuo encuentro con el otro
Dulce Chacón ha muerto, y uno se pregunta por qué. Estaba en lo que suele llamarse la fuerza de la vida, 49 años cumplidos, una niña, casi dan ganas de decir. Libros escritos y publicados, otros esperando su turno, un raro sentido de dignidad profesional, la clara conciencia de que la existencia no es un simple pasarlo bien, que hay imperativos éticos ante los que no podemos (aunque tantos otros lo hagan) volver la cara.
Dulce Chacón no ha vuelto la cara a nada. Escribir, para ella, era ahondar en el complejo mundo de las relaciones humanas, del amor, de la amistad, de esa especie de comunión sagrada que es el continuo encuentro con el otro, cuando no hay más verdad en las palabras que decir: "Yo soy aquel que eres".
Escribir, para ella, era ahondar en el complejo mundo de las relaciones humanas
Seguiremos leyendo sus libros y no olvidaremos su sonrisa, ese amanecer lento con que sus labios se abrían para que saliera el sol. Dulce era luminosa y se apagó. Pero, si no ha podido vencer a la muerte, tampoco la muerte la ha vencido a ella. Sólo los que han conocido bien a Dulce Chacón pueden comprender qué significa esto.